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El último escape

Título original: The great escaper
Origen: Reino Unido / Francia / Suecia
Dirección: Oliver Parker
Guión: William Ivory
Intérpretes: Michael Caine, Glenda Jackson, Ann Queensberry, Victor Oshin, John Standing, Laura Marcus, Will Fletcher, Geoffrey Lumb
Fotografía: Christopher Ross
Montaje: Paul Tothill
Música: Craig Armstrong
Duración: 96 minutos
Año: 2023


6 puntos


SALDAR CUENTAS CON EL PASADO

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

Hay toda una línea de producción cinematográfica a la que podríamos denominar como “cine geriátrico”: es decir, películas protagonizadas por ancianos y destinadas a un público anciano, o, por lo menos, a espectadores definitivamente adultos. Son films usualmente protagonizados por veteranos de la actuación, glorias que vienen siendo idealizadas desde hace décadas, cuyos carismas suelen sostener puestas en escena que no tienen un gran vuelo formal. En los últimos años, especialmente en la etapa post-Covid 19, este tipo de productos, que antes llegaron a ser muy rentables, enfrentan dificultades para lograr grandes éxitos, en buena medida porque sus audiencias van bastante menos a las salas. El último escape es un representante cabal de este tipo de relatos, ubicado en un nivel medio, que recurre a herramientas nobles, aunque le cuesta distinguirse del promedio.

La película, dirigida por Oliver Parker -típico realizador anónimo, que acá despliega una puesta en forma predecible-, aborda la historia real de Bernard Jordan (Michael Caine), un anciano de 90 años y veterano de la Segunda Guerra Mundial que se escapa de la residencia geriátrica en la que estaba alojado para así poder asistir a los actos del 70° aniversario del emblemático «Día D» en las playas de Normandía, Francia. Para eso cuenta con la ayuda de su esposa Irene (Glenda Jackson), quien reside en el mismo lugar que él y en cierta forma actúa como cómplice e instigadora de un acto que, aunque imprudente -estamos hablando de un hombre que apenas podía valerse por sí mismo-, no deja de ser simpático, conmovedor, algo heroico y hasta inspirador. Su objetivo de fondo es rendir homenaje -y en un punto hacerse cargo de lo sucedido- a un compañero caído en la batalla, en un recorrido donde establecerá amistades momentáneas y a la vez decisivas.

En verdad, lo que vemos en El último escape es la historia de amor entre Bernard e Irene a lo largo del tiempo, en un trayecto que va desde el contexto de la Gran Guerra, cuando eran jóvenes, hasta el presente de vejez, donde quedan los recuerdos, además de un lazo afectivo inquebrantable. El fuerte de la película está claramente en ese presente de ancianidad, de cuerpos reducidos y cansados, de mentes ya no tan lúcidas, pero también de cierta despreocupación por el futuro, porque, al fin y al cabo, lo que quedan son cuentas por ajustar y el amor por preservar. Por el contrario, los flashbacks sobre el comienzo del vínculo sentimental entre los protagonistas y los pasajes bélicos carecen del mismo impacto, en buena medida porque están manejados con algo de torpeza narrativa y un romanticismo algo vacuo.

En El último escape lo que se impone entonces es la mirada al pasado turbulento, de amor y de guerra, desde el presente cansado, aunque moderadamente vital desde acciones puntuales. En eso, son fundamentales las actuaciones de Caine y Jackson, con sus rostros y cuerpos casi agotados, y aún así firmes. En particular en secuencias específicas, como un encuentro de Bernard y otro camarada con veteranos alemanes – en un reconocimiento mutuo honesto y conmovedor-; o la última secuencia, donde la pareja se dice todo lo que hay que decir con un par de frases y gestos cargados de amor. Esos pasajes son los que ponen al film en un lugar de coherencia, que la eleva por encima del cálculo melodramático, lo que permite pasar por alto los desniveles narrativos. Lejos de maravillar, El último escape se las arregla para ser un relato noble y sin golpes bajos.


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